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Cuentos - 16 de Abril de 2008

Caminar atemporal

Caminar-atemporal
Cansado de la obcecación nudípeda, vistió el caminar de cuero para continuar su existencia. Aquellos zapatos adquiridos en una vieja feria americana complacían su gusto y comodidad. ¡Tantos años trascurridos sobre callosas plantas!, merecían un obsequio de cuidado.
Una vez que hubo llegado a su humilde pieza del barrio de Balvanera sur, lavó sus pies y se dedicó a prolijear los promontorios duros con la escofina que adquirió en la farmacia de enfrente. Se calzó, sintiendo que un formato estrecho sujetaba, al erguirse, su oculta base.
Cuando dio el primer paso con el mocasín derecho, pudo contemplar la realidad de costumbre. Su desordenada habitación, la ventana mostrando la botica, aquellas nuevas edificaciones y el rostro apesadumbrado de los ocasionales transeúntes. Buscando acercar más su visión hacia el exterior, movió su pié izquierdo. De repente, todo cambió. Casas bajas y antiguas; sus amigos de la infancia jugando con la pelota de trapo; la panadería de don José en lugar de la farmacia; personas conocidas, sentadas al lado de sus puertas conversando con algún ocasional vecino, y a don Jaime ofreciendo por las tardes, junto al paso cansino de su caballo, una abarrotada variedad de objetos para el ama de casa.
Restregando sus ojos, desplazó levemente su cuerpo apoyándolo en un andar diestro. Todo volvió a la normalidad.
Comprendió que el presente y el pasado estaban a disposición del tránsito de aquel calzado. Entonces, se quitó los mocasines y emprendió la ruta de su intuición. Llegó a la zona de San Telmo y volvió a colocárselos. Dando su primer paso con el mocasín derecho, pudo ver a gente hablando en distintos idiomas mezclada con sus coterráneos. Construcciones remodeladas por donde la música fluía, versificando el anochecer de tango y melodías telúricas. Comercios vendiendo caros productos regionales. Artistas callejeros ofreciendo la diversidad de su arte a la gorra, y la mendicidad de la oratoria costumbrista. Luego avanzó su pié izquierdo. La intensa polvareda no evitaba observar la matanza de los indígenas por parte de aquellos conquistadores cubiertos de cascos y petos, utilizando arcabuces a tiro redoblado. El aceite hirviendo cayendo sobre uniformes rojos, y un enorme calendario detenido en el 12 de octubre, uniendo banderas de muerte y legado.
La cruenta visión lo impulsó a quitarse el cuero que se posaba sobre su derrotero. Caminó unas pocas cuadras y llegando a la casa de gobierno volvió a ponerse sus zapatos. Moviendo su pié izquierdo, vio diluirse las pocas palomas que estaban en su derredor. Miró el balcón principal de la casa rosa por donde empezaron a circular discursos y personajes conocidos. De repente, estaba en medio de una multitud festejando el derrocamiento de Hipólito Irigoyen; el 17 de Octubre con la aparición del coronel, hasta que el artero bombardeo victimó inocentes, dando por concluidos la renunciación de Eva y el último mensaje de Juan. Los contratos petroleros resultan indiferentes por Martín García. Pero, volvamos a la Plaza de Mayo. Transcurridos algunos segundos, aparecieron los bastones largos acompañando el despojo de la banda presidencial del otro tocayo menos transigente. Mientras tanto, la multitud va incrementándose. Los de facto salvadores de la patria, utilizando invectivas, comunicados draconianos y ese decir ligado a la anomia, trataban de consolidar la razón de su enquistado despropósito. Mayor cantidad de ciudadanos comienzan a agolparse, cuando el Tío de la ordenanza asoma su rostro restaurador. La llama eterna de la Catedral principia en llamarada, promoviendo el sentir revolucionario de naturaleza patriarcal, vociferando a su líder ausente.
Detrás de la casa de color rosa, comienzan a surgir sombras que traen un efecto multiplicador. Y aunque en forma de cuerpo van aproximándose al pedestal de la pirámide de Mayo, la pólvora de Ezeiza puede olerse a la perfección. El umbrío panorama se acrecienta en sentido atemporal, a pesar de ese grupo de imberbes que van abandonando, desilusionados, sin escuchar la maravillosa música del pueblo argentino.
Desde Trelew, la silente impresión se apodera de cada manifestante, descollando a medida que la triple A, la guerrilla y la masacre de inocentes consolidan el genocidio estructurado. Más allá del monseñor militarista Tortolo, se pudo constatar que todos los incurables no tienen cura cinco minutos antes de su muerte. Luego, la Hoz y las banderas potencian su testimonio de endeudamiento y el éxito del fútbol setentista. Los pendones vuelven a blandir cuando Malvinas recrudece el destierro de la vida. Sombras, y más sombras en proceso de reorganización, acuden presurosas a ofrecer su presencia integrada a la concertación popular. Y a modo de mercachifle, las voces del púlpito gubernamental siguen mintiendo. “Con la democracia se educa, se come y se cura”; “La casa está en orden”; “Estamos mal pero vamos bien”; “No hubo coimas en el Senado” (mientras que por segunda vez un helicóptero transporta a otro pusilánime de la inoperancia y la mentira). “Argentina no pagará la deuda externa”; “El que depositó dólares, recibirá dólares”; “Agradezco al Dr. Duhalde por haberme considerado el sucesor de su administración”; “Duhalde es parte de la mafia política que nos llevó a la ruina”. Al tiempo que en Santa Cruz juramenta un lacayo administrador de bienes, se establece feriado inamovible al 24 de Marzo.
La plaza va quedando vacía. Solamente tres mujeres, con pañuelos blancos en sus cabezas, permanecen hablando con algunas sombras, tratando de identificar la propia y las de su familia. El umbrático predio continúa expandiéndose. Son víctimas desconocidas que produjeron los salteadores de los últimos veintitrés años. Variados contornos exánimes conforman el infame testimonio, como resultante de las corruptas políticas de Estado, que generaron la inmensa brecha entre ricos y pobres. Seiscientos mil nuevos desaparecidos – mutilados por el desprecio y abandono persona – piden por una justicia desmadrada en su soslayo, adherida al feudo democrático. Las más pequeñas y flacuchas, siguen escarbando los tachos de basura, mientras el ganado discute su sentencia.
La fecha festiva se aproxima para evocar a los 30.000 desaparecidos, provocado por el terrorismo de Estado. Como el día de la “Raza”, que nos recuerda el genocidio de 30 millones de masacrados por parte de la conquista hispánica.
Es una suerte que la mayoría de sus sombras no se encuentren en la plaza.
Adelanto mi pié derecho, para resucitar la imagen del ahora.
Adolfo Vaccaro, escritor argentino | mensajes@adolfovaccaro.com.ar | 2002 - 2024 | Textos disponibles en el sitio: 594