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Ensayos y política - 01 de Enero de 2004

Blanco Encalada y Ciudad de la Paz

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Ella estuvo allí. Con sus cuatro hijos, pidiendo ayuda a algún transeúnte ocasional o al conductor del automóvil que el semáforo detuvo. Muchos que la conocieron, aún pasan por la vereda de enfrente, para evitar el mensaje de la mendicidad latente. Ella, ha concurrido a instituciones oficiales y al gobierno de la ciudad, contando su problema, con la esperanza de obtener algún beneficio que dignifique la vida de sus pequeños. La respuesta se manifiesta en pregunta: ¿Por qué tuvo tanta descendencia si no puede mantenerla? Luego, las puertas se cierran, preñadas de infausta razón, priorizando el conflicto del cruento incendio, que costara la vida de ciento noventa y cuatro semejantes a Ella y su prole. Y como el número menor mejora la insensible estadística, el cordón se mimetizó con cinco presencias, que a modo de sobrante se tornaron desperdicio, como ese cesto invisible colocado en el caño de la correspondiente esquina.
En la intersección de Blanco Encalada y Ciudad de la Paz – del barrio de Belgrano – usted podía observar el desdeño de sus iguales. Tal vez, algún centavo colmaba la parada de la súplica, permitiendo que un pequeño vaso de leche, saciara el hambre de la inocencia victimada. Aunque las ojeras de Ella y su palabra, solamente llenaran los espacios de la sordera, que no se atreve a juzgar su porción de nimio beneficio.
En la intersección de Blanco Encalada y Ciudad de la Paz – a escasos pasos de la creciente congregación cristiana Rey de Reyes - existió un sepulcro viviente de inclemencia, ajeno a los intereses del ciudadano común de utilitaria circunstancia, negado al fin de su conciencia. El que conoce que después de los ocho meses de existencia, la carencia de alimentación adecuada, afecta la neuronal conformación de cualquier niño, descartándolo, definitivamente, del natural desarrollo que necesita para sobrellevar una vida sana e igualitaria, sabe de formar desvalidos sin posibilidad de futuro, y que será indefectiblemente obviado por el universo de las oportunidades.
No existirá libertad hasta que el hambre no sea erradicado de la faz de nuestro suelo, y de poco vale esperar la decisión de los imbéciles que conducen el destino del terruño, a no ser que se permitan la posibilidad de cambiar justicia social por ambición, latrocinio y mezquindad.
Por la intersección de Blanco Encalada y Ciudad de la Paz, siguen transitando personas que no han detectado el postrer manifiesto, cobijado en el nombre de la última calle. La queja de la vecindad y las autoridades, han conminado a Ella y a los cuatro frutos de su vientre, a no limosnear por tan sensible barrio, dónde cada vidriera se viste con objetos navideños, sin poder encontrar en alguno de ellos, el mensaje del espíritu festivo, renacido en el pesebre nazareno.
Adolfo Vaccaro, escritor argentino | mensajes@adolfovaccaro.com.ar | 2002 - 2024 | Textos disponibles en el sitio: 594