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Cuentos - 24 de Abril de 2003

Sin sepelio

Sin-sepelio
Nací hace ya unos cuantos años.


A mis antecesores no los he conocido y a algunos de mis hermanos los he perdido. Los que quedamos permanecemos bastante unidos. Compartimos la misma casa, pero los que habitan la parte alta se dicen superiores a nosotros, los que moramos debajo de ellos. Aunque, cuando se produce alguna circunstancia que provoca alegría, nos gusta participar de las sonrisas todos juntos. Hay quienes son más tímidos y se muestran menos, pero igual se integran a esa expresión del sentimiento.


Es curioso que, siendo tantos hermanos, coincidamos en que no nos gustan las picadas, dado que algunos de nuestros congéneres han desaparecido por culpa de tan irresponsable descuido.


Nos agradan las golosinas, a pesar de no ser aconsejables; las comidas bien condimentadas, al punto de esconder, a veces, algunas porciones de alimento a fin de no perder el sabor de lo exquisito. Esto tampoco favorece a nuestra salud.


Nos duele mucho cuando se nos va un hermano, afectado por una enfermedad avanzada e irreversible, haciéndonos caer en un sopor de angustia, acompañando tan sensible pérdida.


En ciertas ocasiones, las habitaciones de los altos o de los bajos de la casa son ocupadas por semejantes usurpadores, sin que se nos consulte a ninguno de nosotros.


En los momentos de rabia o en que dormimos, estamos más unidos que nunca, aunque algunos se molesten y se pongan a chillar más de la cuenta.


La semana pasada se llevaron a nuestro último hermano mayor, que residía al fondo de los altos. El de más raigambre y mejor juicio. Una aguja adormeció sus ilusiones y luego de unos breves minutos, dos brazos de acero lo desalojaba de su antigua pieza. No hubo sepelio, ni llanto, ni siquiera un epiceyo que oficiara de responso. Solamente fue alojado a una fosa común, dónde suelen arrojarse los residuos del dentista.
Adolfo Vaccaro, escritor argentino | mensajes@adolfovaccaro.com.ar | 2002 - 2024 | Textos disponibles en el sitio: 594