El homo sapiens sapiens es un gran productor escatológico. Toneladas de excrementos demuestran su pasaje por la vida. Es también un magnífico fabricante de residuos contaminantes y el mayor depredador conocido.
Seis mil años de existencia organizada no han logrado dotarlo de aquellos valores esenciales, que le hubieran correspondido en su terreno evolutivo. Quizá el derecho más importante y vulnerado sea el respeto y cuidado de su propia especie. En los últimos cien años, el avance científico logró niveles impensados. También las sucesivas guerras mataron más personas que en ningún otro período de la historia de la humanidad. Que el hombre haya ingresado vertiginosamente en el sendero del conocimiento intensivo, no significa que esté más cerca de procurar la total sabiduría.
La especie humana esta condenada a desaparecer dentro de algunos miles de años. En los tiempos cósmicos representa solamente un grano de sal en la inmensidad.
Luego, no existirá testimonio, ni filosofías religiosas que vendan mundanas eternidades, tampoco becerros de oro edificados sobre errantes feligreses, ni imperios globales, ni especimenes clonados, ni proyectos extraterrenos.
Nada significará lo aprendido. Todo se renovará y gestará su propio destino. Seguramente será en otra galaxia; en un sistema solar de características parecidas al nuestro. O no. En definitiva, tampoco importa mucho. Poco puede interesarle al que deja de ser existencia. Solamente será trascendente para aquellos lejanos semejantes, hasta que la rueda del tiempo convierta nuevamente todo en granos de sal. Y formarán parte de la misma marea anónima, sin fin ni comienzo. Junto a lo que fue de nosotros, entre misterio y averno.