Lo que voy a contar pertenece a un acontecimiento de vida, que como pocos, me ha afectado mucho.
Mi amigo Carlos era un hombre especial. Había elegido el mundo de las ideas a cambio de la opulencia, y no por no tener capacidad o influencias, sino por ser demasiado sabio.
Él buscaba conciliar todas aquellas doctrinas que se creen mejores o verosímiles, tratando de encontrar la solución filosófica del universo.
A veces terminábamos discutiendo hasta altas horas de la madrugada, en su casucha de madera iluminada con un farol de noche, y bajo el calor de su brasero siempre candente, sosteniendo una descolorida pava.
El mate oficiaba de mediador. Quizás fuera ese tercer amigo, que siempre aliviaba las férreas asperezas de nuestros diálogos.
Él me decía: "Yo no le voy a dar de comer a esos cuatro piolas que viven esquilmando al pueblo. Elegí vivir así porque no voy a pagar los impuestos, que mantienen a unos pocos ricos y que nunca llegan en su total dimensión al soberano".
Y entonces me narraba la historia de las administraciones estatales, las diferentes filosofías políticas, y las distintas tipologías psicológicas del hombre.
Yo le respondía que en el fondo no era más que un anarquista. Esa respuesta era la que más lo enojaba...
Antes de morir en mis brazos, entre otras cosas me dijo: "Prométeme que viajarás por nuestro querido país, y hablarás con los sensatos, para así poder ver a través de los ojos de mi amigo, lo que tanto anhelé y no pude hacer".
Tuve que hacer los trámites correspondientes a su sepelio.
Cuando llegué a la casa fúnebre, me mostraron el ataúd en que iba a ser velado. Me pareció muy miserable y pagué una diferencia por otro de mejor calidad.
Tal vez no comprendí, en ese momento, que la dignidad estaba más en el cuerpo del que se fue que en ese trozo de madera lustrada.
Al observar el rostro de mi amigo, desfigurado e hinchado por el rigor mortis, le pedí al encargado que si por favor le podía cerrar sus ojos y su boca, recibiendo por contestación: "Mire que así también se usa".
Tratando de controlar el arrebato de sangre que se depositó en mi cara, sólo atiné a decir: "Insisto".
Entonces me dijo que fuera a un kiosko y que le comprara la "gotita".
Aquella noche, mientras las cinco personas que estamos allí, acompañando sus restos en el velatorio, se nos ocurrió comprar una corona en la florería que estaba al lado de la casa de sepelios. Al día siguiente y sin dormir, partimos en un breve cortejo hasta el destino final, que era un depósito donde se debía esperar 48 horas, para luego proceder a su cremación, debido a que ese era el pedido explícito de mi fiel amigo.
Cuando se crema un cadáver, el cuerpo no suele ingresar con la caja de madera. Uno puede observar las más dantescas contorsiones que sufre, como si se tratara de un holocausto viviente. Pero lo anecdótico del todo esto es que el ataúd se vuelve a negociar, y las flores, que regresan con el coche fúnebre, se vuelven a vender.
Entonces me puse a pensar en el nuevo cuerpo que reposará en ese mismo cajón, y en cuánto tiempo habrán necesitado aquellas flores para marchitarse en una nueva noche de angustia o en una noche de bodas.
Al fin recordé las palabras que mi amigo decía: "esos cuatro vivos..."
Mi amigo decía que un hombre había nacido para encontrar la felicidad, y que ésta sólo se obtiene cuando se está cerca de la verdad y de la razón del verdadero vivir. El pensaba que era un medio y que el fin estaba en todos juntos. El opinaba que para construir un sólido puente de ideas, el valor de la palabra es el camino apropiado. Que el empleo del conocimiento debe ser la búsqueda del criterio universal. Que nuestra vida tiene sentido y se vuelve honorable cuando le damos el verdadero valor al inventario de los recuerdos, y tenemos la valentía de no arrojarlos al ácido del olvido.
Que el estar abierto al aprendizaje nos aparta de la necedad y que la dialéctica, a veces, condiciona a los diferentes estados anímicos. Pero que la base del temperamento de un hombre debe siempre estar regida por el respeto. Que la ética es fría y pertenece al mundo de los científicos. Que la moral es empírica, pues pertenece a los estados naturales de conciencia y a los sentimientos.
Por último quiero mencionar que él siempre me dijo: "Yo nací, vivo y moriré en Chacarita. Yo bailé en el Marabú, en el Pigalle y en el Tabarís. Conocí a las más importantes orquestas y a todos sus cantores. Pero aun cuando los rayos del sol lastimaban mis ojos, la cama de mi casa cobijaba los recuerdos de aquel Buenos Aires, hasta alcanzar el sueño con una sonrisa".
...Ya ves, querido Carlos. Otra vez estamos hablando como siempre, a través de las márgenes de los tiempos...