Cuchillos de esperma roja zanjan cruentas huellas en la piel del sur despreciado. Gritos de criaturas incandescentes dan testimonio de la acidalia embravecida, sin que Tommaso Busceta, junto a su arrepentimiento, responda desde su tumba. Son los hijos de una mafia evaporada que no ampara el sustento de ese drama de cenizas. Una cosa nostra que nunca fue de ellos. Fieles siervos del silencio y víctimas del cómplice abandono, que durante centurias el patrón norteño de su patria estragó con mendrugos y discriminantes olvidos.
Vulcano y su primogénito Etna dirigieron sus castigos a esas criaturas que vieron su sueño de escaso futuro en la manotada lanzada a una sortija de carrousel oferente de ninguna oportunidad ni tiempo.
Y el designio de la sinrazón volvió a caer, con su ígnea maldición, sobre los que menos tienen.
A veces, me cuesta encontrar un fundamento que me explique porqué todos los males caen siempre sobre los mismos.