Recuerdo haberme sentido muy feliz, junto a la mayoría de mis amigos.
La siniestra década tocaba a su fin y nuestros corazones se henchían aspirando el anhelo democrático que resonaba junto a los latidos de ese espíritu de libertad.
Poco nos importó el ataúd quemado. En definitiva no interesaba tanto la contienda electoral, sino saber que volverían a funcionar la justicia y las instituciones por las que tanto habían luchado nuestros antepasados.
Sin embargo, en muy breve tiempo, nos fuimos dando cuenta que las puertas de las jaulas, conteniendo fieras reprimidas y oportunistas, darían rienda suelta a sus espurios apetitos, consumiendo regocijantes el festín que mansamente cayó en sus manos y que representaba la cosa pública. Los ávidos de latrocinio comenzaron a dar paso a sus apetencias contenidas y así principió el atroz saqueo y la humillación de nuestro pueblo.
Claro, usted me dirá que esta democracia instaurada por los poderes de turno es mejor que lo que vivimos durante la dictadura militar. Entonces, si me permite, quisiera establecer ciertos parangones para ver cuál es la diferencia que nos contrapone con aquellos años.
Antes de esta nimia exposición no quisiera que se me confunda como alguien que alienta al militarismo como una solución a nuestros problemas. Solamente es una manifestación comparativa.
Los militares robaron y utilizaron fuerzas parapoliciales y paramilitares –apoyados por logística externa- aniquilando terroristas, opositores al sistema, narcotraficantes e inocentes.
Los políticos robaron más por medio de pliegos de licitaciones, presupuestos, privatizaciones, contrabando, narcotráfico, comisiones por préstamos recibidos por el FMI y cualquier negociación a través de la mafia instaurada, encargada de asesinar a cualquier testigo que pudiera implicarla.
Los militares, por obviedad, no necesitaron presupuesto para campañas proselitistas.
Los políticos, durante el período electivo, utilizaron dinero de empresarios que fueron beneficiados más tarde y también aportes de grupos terroristas iraníes.
Los militares se endeudaron con las entidades financieras.
Los políticos duplicaron dicho endeudamiento. Como circunstancia paradigmática analicemos el megacanje que benefició a unos pocos oportunistas instalados en el gobierno de turno.
Los militares devaluaron el peso.
Los políticos megadevaluaron el peso, para luego hacernos caer en la trampa de la convertibilidad. Hoy estamos en la puerta de una nueva e importante pérdida del poder adquisitivo del dinero, incrementada por la expropiación del dinero de los ahorristas que benefician a los lavadores de divisas y las entidades bancarias.
Los militares no entregaron el erario ni el patrimonio estatal.
Los políticos lo entregaron todo y aún mantienen su presupuesto y sus dineros mal habidos en paraísos fiscales.
Los militares cuentan en su haber con 30.000 desaparecidos por acción de la tortura como método de delación o aniquilamiento (según órdenes de la CIA –operación Cóndor-).
Los políticos, estadísticamente, suman un cantidad similar como producto del abandono de persona y la falta de prestación de los derechos esenciales establecidos en nuestra carta magna. Además analicemos el incremento de suicidios en el último año.
Los militares fueron enjuiciados y condenados por su accionar.
Los políticos dejaron libre a los culpables de la junta militar y cuentan con una justicia que ampara cualquier acto de gobierno delictivo que va en contra de los ciudadanos que no gozan de los mismos privilegios.
Los militares, fueron condenados justamente por impericia en la guerra de Malvinas.
Los políticos otorgaron pasaportes a sus compatriotas para poder ingresar al territorio malvinense y además acordaron suministrarle a los Kelpers insumos desde el continente para ahorrarle los gastos a los británicos y así poder desentenderse de sus segregados descendientes.
Los militares no permitían la libertad de expresión.
Los políticos desoyen los gritos de los enfermos, de los ancianos y de los que se mueren por hambre. Es decir, ninguna expresión es considerada. Incluso hay periodistas que no pueden trabajar en los medios masivos por orden del Poder Ejecutivo.
Cabe también analizar las cifras con que trepó la desocupación, la deserción escolar y la mortandad infantil en las décadas que nos ocupa, y cual es la diferencia estadística entre los 70’ y la actualidad.
Esta Antropófagocracia se ha encargado en sumirnos en un nuevo colonialismo, en donde los señores feudales de muchas provincias han debido bajar a media asta su estandarte y su escudo familiar, para arrodillarse y entregar el resto del patrimonio que nos queda.
Ché, no hay nadie que me preste un pico y una pala, dado que estoy condenado al éxito?