Todos amamos para toda la vida,
hasta el nuevo amor
y así se sucede el carrusel
del calendario ilusivo.
El don de la mensura cronológica
sentencia soledad,
conformismo,
sin próxima espera,
aferrados a la caducidad del reviviendo.
Perennes resucitadores de tramos
que encallan felicidad y alegría,
a sabiendas del aún podemos
con las manos llagadas.
¿Quién puede penar soledades?
Artilugios de una mente
sin recuerdos promisorios
donde en cada peldaño
encontramos la negada sospecha.
¿Con qué limita el ayer sin reparos?
¿Dónde confluye la esperanza
de un todo sin nada?
Y el transcurso genera
el sitiado devenir,
proyectando en pantalla de sueños
la amputación de sus mejores instantes.
La límbica pulsión enardece
y sujeta el dictamen racional
de cada haber sido,
tragando el dolor de pertenencia
en garfios de un fantasma
que protagoniza
el guión de nuestra vida.
Todos amamos para toda la vida.
Aún detrás de los abismos
del tiempo perdido.