El crayón fustiga de su mano la observancia
sobre negras cartulinas empapadas de ausencia.
Desde la pista,
un puñado de pasos fraguan su nostalgia
en un compilado austero a pizarra solapada...
...hasta que llega Él,
acervo enmarañado que al oído musita
su lamento rezongando,
mientras el crayón rueda y hace en cabriolas de sillas
un tango que lo disuelva.
El papiro reposa en salón escarlata
la locura que aspira su centella de tiempo,
disfrutándose en cuerpos
de breves mañanas.
Sola, de nuevo en su asiento,
el cartón desnuda su margen de acero,
rescatando en vano
la punta y el taco de un flébil sosiego.