El Dolor y el Placer, desde el comienzo de los tiempos, entablaron la más descomunal batalla conocida.
La nebulosa en estado gaseoso, reposaba serenamente en el universo hasta la materialización de las novas, que fueron conformando los diferentes sistemas galácticos. Fue entonces cuando el Dolor y el Placer comenzaron a tener poderosa vigencia.
Esta interdependencia de devastadoras consecuencias se instauró con mayor fuerza en los espacios de nuestro mundo, con el advenimiento del hombre que, en definitiva, es la expresión más representativa de ambas existencias.
En esta lucha por sostener el poder absoluto, el Dolor cuenta con aliados importantes. La guerra, las adicciones, las enfermedades, los cataclismos, la miseria, los accidentes, el odio, la envidia, la ambición, la avaricia, el hambre y el cuerpo, son los generales de campo que gozan de vastas experiencias, bregando incansablemente para darle el triunfo a su rey: “el sufrimiento”.
Por otra parte, el Placer cuenta, para sobrellevar este eviterno combate, con mariscales y bomberos voluntarios que buscan apagar y mitigar los daños que el Dolor provoca. Entre sus aliados se encuentran la paz, la caridad, el amor, el sexo, la oración, la conmiseración, la generosidad, el alma, el espíritu, la fe, el perdón y la esperanza. También hay algunos confederados que realizan una suerte de contraespionaje, colaborando en ambos bandos, de acuerdo a como se acomoden las circunstancias. Son ellos el poder, el absolutismo y el dinero.
Ante la infructuosa lucha sostenida durante milenios y no habiendo quién se hiciera cargo de un juicio de valores, se recurrió al Ser celestial, a quien supuestamente todos conocían por sus facultades omnímodas, omniscientes, omnipresentes, omnipotentes y omnividentes.
El Placer y el Dolor plantearon sus irreconciliables diferencias, buscando obtener un lugar de privilegio en la decisión del Señor.
Éste, habiendo escuchado los alegatos correspondientes a la secularidad histórica de aquellos personajes, dijo:
-He nacido huérfano. Creé dos seres complementarios a quienes dote de libre albedrío, otorgándole sentido a mi existencia, y me traicionaron. Para darle una segunda oportunidad a mi creación, concebí un hijo en soledad al que entregué en sacrificio. Por lo tanto, es a ti, Dolor, a quien debo dar la razón a tu legado.
Más, observando al Placer que se hallaba azorado y compungido, dijo el Señor:
-Esperad. No quiero ser injusto. Debo reconocer que el incoherente accionar de los humanos me ha divertido tanto, que a ti también debo otorgar la razón a tu legado.
Y mientras el Dolor y el Placer volvían a sus antiguas andadas, una voz que todo lo abarcaba decía:
-¡Ay, Dios mío! –acompañando estas palabras con su enorme carcajada.
“El hombre, al igual que Dios, para vivir necesita crear su propio infierno, o bien seguir los pasos de su corazón”.