El olvido no existe.
Una montaña de recuerdos
lo esconde imperceptible
en aquellos pliegues
de pisados reniegos
que van intercambiándose
buscando cobijo
en nuevos amparos,
hasta que aparece desnudo
el escondrijo olvidado
como un ladrón ocupando
lo que antiguamente
le fuera quitado.
La mente aprieta o desdeña
su curso presente
poniendo ese zoom
ajustando las formas,
dinamizando fantasmas
de activa vigencia,
pronunciando ritmos
en historias sin off
y alguna sorpresa
que se hace dilema
como la pertenencia
de un lugar perdido.
Cuando el mundo haya partido
el olvido será sentencia
y extrañeza de camastros idos.