Cien puertas sagradas y ningún adiós.
Ni Homero renació la condena del silencio
El simún arrastra
en el valle de Tebas sus cadenas,
mientras,
un rostro de mujer pone garra a su vigilia
de monolítica estirpe saqueada,
sobre sus Dioses.
Un fantasmal calor vibra el espacio sin ojos,
adoleciendo vértices
de irredentas moradas.
Wadi que en Cibeles ausentas la realeza
ligándolo a tu siervo
para toda su muerte
en la vida eterna,
que aún persiste sin Amón, sin Karnak
y sin sosiego.