En el zaguán del genocidio abundan genuflexiones de disparatado estigma. Raciones ecuménicas que duplicarían la demografía de nuestro mundo. Único hábitat que desploma vida a rajatabla y sumerge indigencia y criminalidad a destajo.
Desde que Abel fue ejecutado por Caín, la sumatoria se ha multiplicado de manera exorbitante. Ni siquiera el hijo de Théos pudo diagramar un programa virtuoso que diera por bruces con la naturaleza homos sapiente. El rigor que hace al tizón del brazo alzado, ha devastado semejanza, naturaleza y territorio, logrando que el magnánimo reto del poder, ajusticie plebeyos, esclavos, rebeldes e inocentes sin persuadirse que cada uno de ellos es continuidad de la especie a la que pertenece.
La flagrancia se sostiene día a día, como una villa 31 que esboza indigencia, dignidad y corruptela.
Recordemos matanzas que fueron el testimonio de poderosos intolerantes, fraguadas calderas de esqueletos humanos diluidos en versiones que poco pesan en la historia humanística. Siervos egipcios, griegos, romanos, bárbaros, cristianos, chinos, hindúes, paganos, indígenas americanos, africanos y los que habitan sufriendo una aldea global sin reglas de convivencia.
Todos los dogmas, sistemas económicos, filosofías, políticas y sentido común han determinado el fin de la supervivencia en equidad. La legumbre rota sobre corrientes elipsoidales de criterio ambiguo, subrayando la detonación de un camino sin salida.
La imbecilidad, la anticultura y el sofisma socializante son argumentos instaurados en semejantes de esclavas performances dilemáticas, que auguran la destrucción acelerada de los incautos y víctimas incólumes, preanunciando la incautación del pensamiento elevado, con pautas y premisas de nostalgias hegemónicas, derivadas de un factor sin sustento ni retorno.
En el zaguán de los cuatro jinetes, con piernas de alambre, la opción es exterminante.