Brisa que promete la tempestad del recuerdo. Es el momento preciso en que la soledad no puede optar, dado que la evidencia se sumerge en los laberínticos resquicios de la mente, dónde los hallazgos dejan de ofrecer resistencia y cobardía. El ultramontano viento sacude el escudo del silencio, hasta provocar el llanto del grito, insubordinado a las sombras y al engaño de ingénito miedo.
La luz se acrecienta detrás de los ojos, hallando pedazos de ingratas desdichas. Células eléctricas de vida insumisa, albergando espanto y grima posesa.
No hay Dios ni reparo que evite el suplicio del escarnio a cuestas. Ni cruz sosteniendo el cuerpo maldito de la infausta siembra. Es la prosodemia moviendo los hilos de su cruento estigma, volviéndose fosa en huesos sin tiempo de historia y sentido.