Se hollina el espejismo sobre flores de sustancias devenidas, bailando sueños sobre balalaicas desérticas de amparo y sumergidos en el alboroto de la ternura. Es la ausencia de cada encuentro dirimido entre contiendas de que tal vez pueda salir del gregal cavilando ante el espectro de la multitud imbricada por carencias. Como el niño que por las noches duerme su muerte anticipada en la calle indiferente, que no comprende de mañanas entre regazos de mejores porvenires.
La luz hollina la futura grisalla del advenimiento supletorio, mientras la noche inunda de ácida crisálida la humedad de cada mirada sujeta al rocío de su memoria. Y la gestación manipulará celulares híbridos de palabras, rebuznando pronunciaciones del Merval donde se avinagra la entidad del que fuera, anudando pesebres de naciente espera, festejando la breve ración de frases vacuas sobre biblias de perdones resignados, devastados en la moción que delata el averno comprendiendo la razón de sabernos indemnes.
El segundero es el cruento manantial de aturdidos pasajes en un hoy que pasa a ser pasado, albergado de alas postergadas junto al resabio que promete mañanas sin futuro. Y la víscera envejece alientos y temores, suspendida en el alba del sol que prodiga la sucesión de otra escarcha que nos devuelve la lentitud del paso de su puesta.
La luz hollina, en cualquier lugar. Sobre la cuna del que grita su hambre y agonía, y en la apetencia presagiando sus ansias perimidas de antemano y sin perdones.