El estado se cobró otra víctima. El mismo, que durante el transcurso del luctuoso día, dejara en libertad a los responsables que cavaron impunemente la fosa de García Blanco.
Ya no podremos ver por la pantalla de su voz el resumen que se anidara en nuestras retinas, hoy opacadas por el recuerdo lumínico de una butaca en el ring side entristecido.
Como si se tratara de un Bonavena de la vida se aferró al negro Clay para no caer en el último round de su pelea. Y para no opacar el recinto de los ganadores, su dignidad se subió a Pegaso llevándolo a transitar por última vez una tarde en el Ducó, un final de bandera en San Isidro y una noche de Nicolino en el Luna Park.
El Gordo es un ejemplo con mayúsculas. Profanador de la mentira; del alarde convenido; del ídolo de arcilla que con su voz de fraude se ufana por el fracaso de los débiles.
Horacio será nuestro himno a la vergüenza y un paradigma de la honradez depositada en cada uno de sus testimonios que se abalanzaron en esta tierra que no otorga recompensas. Solamente epiceyos tardíos que sugieren la dimensión de sus frutos muertos.
El recuerdo de quienes lo admiramos y lo amaron se amalgamará en la infinitud que supera el éxodo de un verbo.
Y así será, por encima de los tiempos.