El niño suspendido en el espejo
pesa voces en la calva estepa de la luna
adonde juega secreto el espejismo
sumergido a la mira de sus ojos.
Cada noche se hacina el epitafio
cuando ruge en desvarío coro la locura
mientras, de sepultas sensaciones
se hace llaga el íncubo siniestro.
Su piel asesta la silente esquirla
en el trascurso merendado del deshecho
y es de luz cada brinco en agonía
sujeto a la simiente del destierro.
Será de a dos la unidad del todo
sobre tálamos que imbrican ese espacio
divisorio de miedos y ambiciones
en vil razón sepulcral resucitada.
En tripas de Dios hacen calvario
invasiones de impiedad y vasta felonía,
cruenta sanción del nuevo vamos
en el luto final de lo que fuimos.