Saliendo por el pórtico principal de la Iglesia La Inmaculada Concepción, del barrio de Belgrano, uno puede contemplar esos bagayos, que reposan sobre una banca de la plaza de enfrente, mucho más enormes que la espera de Isabel. Cuatro años no fueron suficientes, ni tampoco la actividad desarrollada por nosotros, un pequeño grupo de personas solidarias, que buscaban paliar el hambre de aquellos que solían pernoctar al pié de la sagrada construcción. Siempre el alimento era escaso. La leche, la fruta o esos sándwiches caseros, no lograban domar las humildes y agradecidas miradas de los caídos de la comunidad. Es curioso. Algunos, casi a modo de desconfianza, olfateaban el alimento, quizá pensando que se encontraba en mal estado. Entonces, es cuando uno comienza a comprender que debe existir ese siniestro interés de no querer erradicar definitivamente a la indigencia. Y lo que es peor. Además de que el sistema abandona a estos seres, los humilla, los maltrata, los veja y los usa políticamente, a manera de indefenso rebaño.
Isabel destacaba del resto de los circunstanciales comensales callejeros, por su versatilidad en el terreno del conocimiento. Había estado bien empleada, con alto grado de capacitación en informática y gestión laboral, antes de ser estafada por su familia, primero, y luego por el estado. Su visión socioeconómica se anticipó a lo que nos iba a ocurrir más tarde a todos nosotros, víctimas del entramado mafioso de la dirigencia política. Cuando la realidad detonó a fines de 2001, nuestro grupo solidario se fue adelgazando hasta su desintegración.
Muchos de los que dormían en los bancos o en las afueras del templo, fueron expulsados por denunciantes vecinos y feligreses de tan coqueto barrio. Únicamente Isabel, aún sigue batallando ante la indiferencia de los hipócritas discursantes. Junto a sus dos perros, sus bártulos y esa indisciplinada figura que genera el mal comer y el peor dormir.
A quien pueda interesarle, llévele su palabra, oído o alimento. No la mire de lejos, curioseando un destino que puede ser el nuestro.