Un extraño ruido se escuchó cuando su rostro dio sobre la arena. La última batalla pudo más que su arrebatado instinto de luchador infatigable. Es que su rival, óptimamente preparado en escondite artero, contaba con mejor performance para salir incólume del inesperado duelo. Su íntimo adversario se presentaba como siempre, sustentado con el temible atuendo correspondiente al otro de él y su poderoso aliado: el sistema. Era el mismo con el que había lidiado mil veces en otras tantas contiendas igualmente desparejas, quitándole el galardón con que se pavonea la decisiva victoria.
Y en un cofre de silencio se debatirá el misterio. Ése que predica que Dios continúa siendo propiedad de los ricos y esperanza de los pobres. Refrendado por un idéntico dictamen a camerino cerrado. Hoy, reñidero abandonado por la cresta enhiesta. Allí, dónde el espejo no alcanza a esconder los evasivos recuerdos que siempre tratan de escapar volviendo.
Morir sin haber vivido el dolor del arrepentimiento, no formó parte de su alma de taumaturgo liberado. Su concepción axiológica había caducado hace tiempo, buscando reimplantar una escala de valores que destronara el falaz sendero del éxito infecundo. Sin embargo, la felicidad sigue descansando sobre cifras de mero consumismo, alimentando la comodidad, la ansiedad, la morbosidad y el sadismo, fundamentos esenciales de un sistema que seguirá victimando a la utopía.
Juan Castro. Que en Paz descanses.