No me importa que me llamen avaro, si eso sirve para sentirme el dueño absoluto de tus amores y pasiones, dedicadas por entero a mis anhelos.
No me interesa que me digan mezquino si con ello alcanzo a ser el amo de tus necesidades más profundas y de tus pensamientos secretos.
No me conmueve si me tildan de ruin, si esto te enquista a nuestra alcoba como si fuera el único lugar del universo, donde puedo atender cada uno de tus caprichos y necesidades más variadas.
No me preocupa que me juzguen miserable si sirve para nutrirme hasta el hartazgo de los placeres que entregan tus besos, tus caricias, la redondez de tus senos y ese trío de orificios que cabalgo hasta el destierro de mis carnes.
No me afecta que me griten codicioso, mientras me sumerjo en cada uno de tus sueños, como integrante protagónico de tus fantasías incomprensibles o lujuriosas.
No me llega la palabra cicatero cuando escalo el camino de tus recuerdos, desproveyéndolos de todas esas imágenes que no tienen que ver con mi sediento egoísmo.
No me desconsuela que me digan sórdido, pues prefiero renunciar a la fe y a la vida misma, a cambio de una mirada de tus ojos, que recorren mis prominencias y mis contornos reclamando el rito que ofrecen nuestros cuerpos, en pos de esa ofrenda que solamente el placer de tus gemidos hacen de la eternidad un instante.
Soy avaro, mezquino, ruin, miserable, codicioso, cicatero y sórdido, solamente para entregarme en holocausto a la perpetua posesión de tu vida.