La nostalgia se dispuso a volar con las agujas del tiempo, hacia ese rosado horizonte del ahora. Mientras lentamente el reloj hundía su insondable abismo, seco de horas en un círculo de eviterno blanco, la nostalgia emprendió su viaje con la premura del nunca sobre un punto abierto de abrazo infinito, planeando en forma de dos menos diez sobre la presión del aire que sujeta el celeste. Saludada por el canto de la ondina en marejada, divisaba el latir de los instantes en sucesiones albergadas de pasado, prodigando colondas sobre sueños desvariados entre resurrecciones de mañana.
Las manos alzaron el vapor de su constante, la montaña entibió su niñez junto a ella, el palacio del espacio permitió la convivencia del amor esperanzado, y las pupilas embalsamaron ausencias.
Cuando sus planeadoras agujas llegaron a las seis y media, comprendió que el ahora nunca llega, dejando caer sus gotas de llanto sobre el caudal de los mares.