Dedicado a Simone de Beauvoir (1908–1986), que ha sido la musa inspiradora de este relato.
Asilo Saint-Luois de la Salpêtrière, 17 de Junio de 1965.
Mi amada Madeleine, quién iba a decir que el estado se anticipara a nuestra muerte, lejos el uno del otro. Estos meses han sido un verdadero calvario. El miserable pabellón dónde estamos hacinados se corresponde al abandono y maltrato, como si fuéramos despojos humanos. Cincuenta años de felicidad a tu lado, mi adorada, es lo único que mantiene viva la declinante entereza. Pienso en nuestro hogar, que nos ha sido despojado, y las cálidas noches compartidas de inmensurables abrazos, condimentando cada instante con los proyectos del mañana. Y hoy es nuestro mañana impensado. Maltrecho e inclemente por tu ausencia. El domingo 27, fecha de nuestro aniversario de casados, nos sacan a caminar como esclavos por el centro de París, te pido, mi amor, que escapes de tu grupo y nos encontremos en la misma esquina donde nos vimos por primera vez.
Te extraño. Existir si ti es la renunciación a mi ser.
Tuyo por siempre.
Philip
Asilo de Ivry, 22 de Junio de 1965.
Mi amado Philip, entiendo cómo te sientes y comparto cada una de tus palabras. Aquí las salas son repugnantes y las mujeres mueren a diario. No logramos dialogar, dado que somos fantasmas sin estímulos. Apenas podemos alimentarnos con comida para cerdos. Todas esperan la instancia final y rezan por ella. Yo me resisto, amor, pues, quizá la vida nos permita volver a abrazarnos como el primer día ¿recuerdas?.
El domingo lograré eludir la custodia, sea como sea, para reencontrarme contigo, mi amor. Únicamente Dios podrá impedirlo.
Espero que esta esquela no sea leída por la supervisora y llegue a tus añoradas manos.
Tuya para siempre.
Madeleine
A fines de la primavera de 1965, dos octogenarios ahogados fueron sacados del Sena.