Gran alboroto se produjo en la ciudad de Zwolle cuando comenzó a difundirse que en el altar principal de la virgen, correspondiente a la capilla más antigua edificada en aquel lugar, un charco de sangre reposaba a los pies de la excelsa madre.
Toda la feligresía, autoridades eclesiásticas, medios periodísticos, científicos, agnósticos y curiosos se movilizaron presurosamente para contemplar a aquel fenómeno, que para algunos también podía tratarse de un fraude.
Un médico que se hallaba en medio del numeroso grupo se agachó y tomó una muestra de la sangre derramada, que tenía la particularidad de no observarse ningún proceso de coagulación en marcha.
El obispo pidió a las autoridades realizar un vallado para que nadie pudiera alterar la evidencia de lo que hasta ese momento resultaba incomprensible. Los investigadores buscaron infructuosamente el posible origen de aquella hemorragia, rastreando los alrededores del templo y en los interiores aposentos del convento. Hasta se indagó en la imagen de la virgen, debido que alguien dejó escapar la posibilidad de que se tratara de un milagro.
La estatua de porcelana estaba vestida por un atuendo de lienzos albos y sencillos que llegaban hasta esos pies que se sumergían dentro del charco de sangre.
La conmoción provocada y aumentada por el factor inexplicable trascendió fronteras y versiones que iban incrementando la teoría del milagro, pero lo que nadie alcanzaba a interpretar debidamente era qué significaba el charco de sangre que, a pesar de las semanas transcurridas, no se había coagulado.
La Santa Sede pidió que fuera trasladada la imagen de la virgen de Zwolle al Vaticano para que el Papa, los Cardenales y los Obispos pudieran sacar sus conclusiones, conforme a los conocimientos adquiridos a través de los estudios teológicos que abarcaban los misterios de la fe.
La estatua permaneció dos meses siendo observada por clérigos y antropólogos laicos sin que se descubriera el origen y sentido de aquel fenómeno.
Mientras tanto, el médico que había sustraído la muestra de sangre a los pies de la virgen, con un grupo de científicos laboratoristas y genetistas llegaron a la conclusión que el resultado del ADN no correspondía a criatura alguna del mundo conocido.
La imagen fue devuelta a la capilla de Zwolle, depositada sobre el charco de sangre que se asemejaba a la cara facetada de un rubí gigante.
A la semana siguiente se iniciaba la celebración de las Pascuas. La gente, alegre y emocionada, entraba a los comercios para adquirir presentes y alimentos tradicionales.
Alguien hizo correr la voz que el suelo espejado abordando tenuemente los pies de la virgen había comenzado a espesarse y a perder su brillantez. Todo el pueblo interrumpió sus quehaceres y se dirigió a la Iglesia.
Se podía contemplar que además de coagularse la sangre, ésta principiaba a evaporarse aceleradamente. El silencio que provocaba el asombro, cobijó los espacios de un mundo que empezó a traspolarse hasta configurarse en el árido monte Gólgota.
Según las versiones de algunos residentes del lugar comentan que mientras una modesta joven pueblerina palestina abortaba en sangre el nacimiento de su hijo, alguien pudo observar, a través de la ventana de aquella humilde casa, a una madre de rodillas llorando al pié de una cruz abandonada.