Me aletarga involucrarme en superfluos triunfos espasmódicos de quienes no conozco. Siento que requisan mi lectura haciéndome participar de tribulaciones que no agregan nada a los caudales del conocimiento, mientras la vacua interrelación crispa absurdos.
En un planisferio acotado de escasos éxitos ecuménicos y grandes despojos, donde no cabe la palabra desigualdad en la mínima expresión que ésta ofrece, nos estamos abarrotando con nimias banderías personales tratando de demostrar que pertenecemos a un centro gestatorio de infractas trincheras. Seres dotados de invisibilidad que, en medio de una aldea global, aullamos retóricas expresiones ininteligibles para atraer la atención de escuálidos advenedizos, desprovistos de funcionalidad y escasa trascendencia. Un breve margen conteniendo a un todo que afina el esférico contorno de la sabiduría a expensas de un consumismo minimista dotado de entelequia. Larvas de pulsiones triunfalistas que fenecen antes de ser crisálidas visiones y que adhieren al conflicto de la especie una ilusión parcial que niega el fin absolutorio. Abismo de persona que no alcanza a seres de grito desgarrante clamando por futuro y sustraídos de cualquier proceso evolutivo.
A veces, me avergüenzo de expresar mis hartazgos por medio de ideas que no compendian el criterio universal. He confirmado que el triunfo termina siendo la derrota de sí mismo ante el escalafón que ofrece la contienda del constante desarraigo. Una mención falaz que imbrica la comprensión del absoluto en pequeños espejos triturados por la particular concepción de nuestro acervo cultural, confinada a la exacerbación individualista y declamatoria, con escasas pautas y menor discernimiento.
Sobre un nidal de aballados testimonios resulta incomprensible visualizar palabras de engendro gutural, como si un dejo de sapiencia se atreviera a hacernos contemplar la razón particular desafiante, enarbolando el sentir controversial como una magna carta dilemática. Y en la divisoria de sangre se sujeta el abismo que a todos pertenece, más allá de esa propensión sofisticada que enorgullece al bisoño ejecutante.
Pisar sobre escritos, deambular lo pensado, concebir en concebido, transflora la emanación antepasada, diseñada por arcaicos sabedores primigenios, a quienes no pueden alcanzar mis inflexiones de textos sumergidos en vorágines de pobre traducibilidad.
Cuando finalice el tragadero de los tiempos y el epiceyo sea polvo de frases ignoradas, podré interpretar ese dar dimisorias a mi cobijo, silenciando olvido un albardán.