La noche está fría. La tempestad azota las puertas del templo. Un grupo de seres abandonados, por motivos que el cipayo rico ampara con su olvido y su indolencia, se algodona entre cartones y aperos despreciados. Algunos niños destilan mocos como producto del viento helado y algo de intuición que representa la falta de resguardo del futuro. El devenir solamente es una sombra solapada de angustias que cruza agazapada la noche despoblada. Únicamente unas almas demudadas habitan las salpicadas baldosas que anteceden al pórtico dónde es custodiado por una cruz sacramentada.
Ignacio comenta que ya no lo dejan ingresar a los fondos de la iglesia dónde solía higienizarse en los tiempos del anterior párroco, que además le había ofrecido alguna changa para limpiar las afueras de aquel lugar. Graciela se agrega a la conversación diciendo que un grupo de vecinos protestaron a las autoridades eclesiásticas y policiales, debido a las molestias que ocasionaba algún integrante de ese grupo de despojados. Y fue a partir de ese momento que la vida paupérrima se transformó en más difícil, dado que se les hace imposible pernoctar en paz en el aposento que alberga a la sacralizada imagen de cristo. Una madre con cinco hijos menciona que su esposo está detenido y que, además, dos chicos que pordioseaban por la zona fueron apresados por la policía haciéndolos responsables por delitos no cometidos.
El barrio está dividido en parcelas determinadas para el cuidado de vehículos que permanecen estacionados temporalmente, y entre todos realizan esa tarea organizada tratando de no interferirse en dicho cometido.
Un grupo de indocumentados no pueden disimular sus miedos, temiendo que sean castigados, o bien no logran poner en orden sus papeles por no tener el dinero suficiente para la realización del trámite correspondiente.
El torrencial meteoro comienza a calarme los huesos mientras observo que Marianela, la más pequeña de las niñas, llora intermitentemente detrás de la virgen protegida con un escaparate lumínico que permite observar el contraste de los atuendos de ambos seres.
Y a medida que las palabras del careciente me golpea las sienes, no puedo dejar de pensar en quienes fueron los gestadores responsables de esta ignominia. Como también recuerdo el perdón recibido por medio del Jubileo, buscando la pacificación de las conciencias de quienes fueron los herederos responsables de que cientos de miles de personas hayan sido encarceladas, asesinadas y desaparecidas a través de la historia que ennegrece a los privilegiados que yacen en el Vaticano o en algún otro púlpito reformista que suelen enriquecerse por medio del diezmo de los que poco poseen, pronunciando testimonios que avergüenzan, como la pastoral social, envilecida por el cúmulo de bienes que destierran a cierta minoría de estos lacayos de la hipocresía y que manejan los intereses de la primera potencia económica del mundo.
Señores, abran los templos. Y si creen realmente que el segundo advenimiento de Cristo se producirá, no permitan ser desalojados nuevamente de ellos.
'¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas!
Porque es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios'.
Amén.
(Lucas Capítulo 28 versículos 27 y 28)