De intemporal tragedia se inmunda la justicia.
Los ramos de miradas no devuelven más sus ojos,
aquellos, primitivos Tobas de Pachamama infecunda
que la herencia ha negado en derecha y trascendencia.
El verbo inmola la fatua toda razón del pronombre,
sin que el escaño enjure ese infausto privilegio,
y en voz de pasos perdidos, Mariano Ferreira ilustra
otro duelo perentorio en pan de mesas vacías.
Mientras el poder devana estadísticas renuencias
siguen urdiendo ganancias sobre pueblos desvastados,
y entre quienes usurpan baldíos a ese mañana ignorado
van optimando otras muertes de irrelevante desecho.
Ofuscado el disfrazado va negando incompetencia.
Cómplices parcas ignotas que engalanan sus banquetes,
y entre estólida arrogancia de lumínico pabilo
se jacta el buen Calafate con su rico gobernante.
Cuando el féretro desliza la mortaja del mandante
y en marmóreo sollozar se aglutinan los traidores
un misterioso silencio riega al que muere, al que araña,
sin piedad su ingrato espacio de una misma equivalencia.