Morir no precisa de tiempo.
Ni de un acto de justicia inapelable.
Carece de crueldad, piedad, merecimiento
y es la hojarasca otoñal que cruje el paso.
Morir no se nutre de deseo.
Ni es atisbo de conciencia irreversible.
Adolece de oración, memoria, sentimiento
del límite de todo y justificación en nada.
Morir confina en el espacio.
Ni el silencio abísmase insondable.
Desconoce de amor e incólumes lamentos
y de la cruz inmolando el sordo agravio