Estoy recreando huellas, licuando ruindades, procurando vislumbrar el cercano sur consignado. El ser me desplaza en cabriolas jugando esperanza, saltando miserias, buscando aquel tejo que firmamentos promete. Número que en caminos envuelve los pies, pujando un devenir que el bien se merece.
Recuerdo, a veces, palabras de adrede y juramentado olvido. Viciada propuesta que tiñe despojos, y la apostasía emboza antiguos emblemas de renuencia déspota.
Algunos son hijos que, avizorando trayectorias patriarcales, consumaron sus ganancias obtenidas del mismo pueblo desvalido, auspiciando en hoz de falacia milenaria, la falange apátrida que rémora futuros.
Mi puño transita páginas en blanco, inventando signos que poco interrogan. Y es cuando te encuentro.
Embeleso tierno, pleno de pujanza
que en quiescente espera visualiza el alma.
Y sin confundirnos, inquieta luciérnaga,
la voluntad está firme como la conciencia.
De nadie desdeña la luz que acomete
en la tersa noche de un candor sin brete.
Muchas veces, solamente tu murmullo alimenta mi alborada, detenida en la resolana de las similitudes. Y continúo escribiendo. Sin buscarme en masiva trascendencia, enalteciendo el espíritu batallador de nostalgia quijotesca. Molinos de esperanza que habitan su desierto de cencerros, adormeciendo el efímero latido, radicular simiente.
Ilusión de brisa,
oronda fragua embebida,
no confundas advertencia
por lección bien aprendida.
Deja en penumbra tu abrazo,
manantial de azucena,
nada será cumplido
y todo valdrá la pena.