Cerca del cordón andino, donde el ecosistema equinoccial mueve en multicolores fases los grandes plantíos de orquídeas, el reino de la belleza acude entre vientos presurosos al confín de los silencios. La paz se vuelve mirada, mientras la vida trepa danzas primitivas, devenidas del canto de Atahualpa.
Un hombre que transita lentamente el manantial floral subyugante, trata de decidirse sobre cuál tallo presionar sus tijeras, que le permitirá agasajar a su entrañable amada. La brisa emitió un no lo hagas aunque ese instante, por breve, no pudo evitar el corte de la por él elegida. Una gota de esencia cayó sobre la contigua enredadera que circundaba a la ya medrosa vecindad de otras hermanas. En la carencia de humanos sonidos se pudo escuchar el llanto de las raíces incaicas florecidas sobre el manantial del nuevo despojo.
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La noche prometía una bella velada en la fastuosa residencia del principal empresario de la zona. Los invitados fueron ingresando de modo protocolar y con vestimentas de costoso y onerosos diseños.
Cuando el hombre enarboló su presencia junto a la sensual mujer tomada de su brazo, el murmullo se integró a la bienvenida del dueño de casa, mientras un resplandor azul proporcionaba la atención de los concurrentes. La orquídea floraba en el exquisito conjunto de aquella fémina dándole relieve a su insinuante rostro. Y otra gota se deslizó sobre el blancor de sus sandalias.
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Luego de la estupenda fiesta, el hombre regresó a su casa con la dispuesta acompañante. Besándose efusivamente se dirigieron a la alcoba, dejando las prendas diseminadas por el suelo, hasta llegar presurosos al sedoso lecho.
Mientras los gemidos irrumpieron el espacio, una nueva gota florífera se depositó sobre la base de aquel esplendoro atuendo femenino, que ocupara el horadado cuerpo sudoroso y ya dormido.
Y la ambrosía que del libamen fuera, en su ofertorio de promesas complacidas, la luz que por la ventana ingresara despertó a la ebúrnea figura de mujer que, pisando las huellas de la desvanecida noche, aplastó la orquídea de su galanura.
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Ordenado el ambiente del dormitorio, el anfitrión buscó un limpiador para quitar la mancha prodigada en la tarugada madera que oficiara de senda placentera. Los pétalos disipados y estrujados fueron a parar al habitáculo de los desperdicios.
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Entre la leve carencia de ecuménicos silencios, luego que el hombre se fuera dejando en su aposento a su acostumbrada invitada, otro de aspecto empresarial ingresó a la casa, sujetando otra orquídea blanca repetida de infiel entrega.
El amor sólo vive cuando entrega en gratuidad la flor de la libertad.