Lo peor no está en las verdades que se dicen, sino en los engaños que se callan.
El conflicto en la legislatura porteña, ante el reclamo de los familiares de las víctimas de Cromagnon, ha sido otra muestra de incapacidad develada por parte del gobierno de la ciudad. La inoperancia del Ministerio del Interior, frente a lo sucedido en distintos lugares del país, durante el transcurso de la inocua cumbre, fue la muestra acaba de un poder ejecutivo nacional que no sabe prevenir, disuadir o evitar los actos de vandalismo producidos por la exaltación de distinto grupos de manifestantes. La posible modificación del código de convivencia, penalizando y sin crear una malla de compensación económica para quienes incrementarán el índice de nuevos damnificados - los menores de dieciséis años, los vendedores ambulantes, los piqueteros y las prostitutas – ha generado la quema de fusibles que suelen saltar cuando la ineptitud corta el hilo por lo más delgado.
No debemos olvidar que cuando se conmemoró el décimo aniversario de la luctuosa voladura de la AMIA, al presidente Néstor Kirchner se le ocurrió reunir en Casa de Gobierno a la delegación israelí que llegó de los EE.UU., y manifestarle que se habían recuperado cuarenta y cinco casetes de los sesenta desaparecidos, y que constituían parte de la investigación de la SIDE con motivo a dicho atentado. Al final resultaron ser recibos firmados.
El bochorno y la minimización de parte del gobierno sobre el grosero error cometido, da motivo a pensar que lo único importante, para esta incapaz administración, es únicamente lograr consenso entre quienes buscan seguir sacando algún tipo de rédito político.
La discriminación acuífera mendocina, debería mínimamente conmover a los sin conciencia, instalados en feudos atemporales, gozando de los beneficios que el espurio poder otorga.
Todo está colgado por alfileres, formando parte de una sospechada temática irreversible y sin sustento. La inexistencia de planes de seguridad, política social, salud, educación y generación de fuentes dignas de trabajo, recomponiendo la distribución de la riqueza, nos está llevando a una situación de verdadero caos.
La Capital es un reservorio de piquetes, paros, cortes de avenidas, calles mugrientas, con olor a neumáticos quemados. Todo se ha transformado en un enorme reclamo. Los que trabajan, los desocupados y los estafados por el gobierno en complicidad con el sistema financiero, inundan las arterias con bombos, palos, cacerolas, pancartas, pasamontañas e insultos. Aunque el gobierno goza de estadísticas propias que le dan un 75% de imagen positiva. Una escandalosa risotada que vuelve a caer sobre el rostro de los más humildes.