Releyendo las vívidas palabras de las hojas muertas de tus cartas, me detengo curioso y esperanzado observando el sello postal de tu distante destino.
2 de febrero de 1982. Hace apenas veinte años; y será por eso que aún se conserva el perfume con que sabías rociar aquellas páginas, para que mis ojos y el olfato te identificaran perpetua y latente, y así llevarte a transitar los senderos de mi alma.
Es curioso como el pasaje del tiempo nos convierte en los peatones de estos caminos vetustos y repletos de hojarasca, solamente iluminados por la breve luz de esta lámpara, que hace resplandecer cada una de esas frases mencionadas, repletas de futuro y sentimiento...pero hoy carentes de objetivos.
En cada misiva encuentro aquellas pequeñas cosas que perpetraron la molicie casi indestructible de cada uno de nuestros anhelos.
Todas esas pequeñas cosas que quedaron atrapadas en el bastión irresoluto de nuestras vidas.
Sin embargo, aún perduran tus palabras escritas, reflejadas en el espejo de las añoranzas profundas e insalvables, que conllevan a la misma alborada de siempre, de menudos y repetidos mensajes que no alcanzan a colmar la lectura de otros momentos compartidos junto a ti.
Quizás seas esa pequeña cosa que vivifica mis sentidos indecisos, pero que sirve para construir un futuro que sobrevenga después de tu influencia, de esa mágica influencia que comienza detrás de tus sombras y que se dirige hacia un mañana de austeras esperanzas...con nuevos puertos...y renovadas templanzas...
...Aunque siempre estarás junto a mis pequeñas cosas...como aquellas cartas.