La ciudad que nunca duerme ha desaparecido. El necroclima se ha instalado en sus venas, solamente transitadas por ese ilusionista, apellidado don huevo de metal, acompasando la arritmia del latido, proveniente de un corazón sin marcapasos.
Con cirugía de cemento a la ciudad se le ha cambiado el rostro, haciendo caducar su misterio, envuelto de pasos sin retorno, bajo una sombra de huellas extranjeras.
Don huevo de metal espera, en la puerta de un tango a su pareja, escapándole al temor del recorrido, acometiendo en curso otro destino.
La gala y madrugada han fenecido al pié de nuevas marquesinas, amigas de Corrientes desolada, y en Lavalle, un grupo de mendigos, cambiaron cines por limosna, dónde el cartón embreta sus moradas.
El ladrón del privilegio se ha instalado en puerto Madero y Las Cañitas, recorriendo las calles en el último modelo de su estafa. Y en medio de la algaraza se desnuda el vaticinio que el devenir refleja.
En salas con reformas se multiplica el celuloide compensando la taquilla, convirtiendo al bienaventurado descuento de damas, en tres días a mitad de precio. Lo que no pudo subsistir, se puso atuendo de diezmo o luces de neón jugando Bingo, tentando la ilusión del careciente, que ansía su milagro postergado.
Cuando la polis abre sus compuertas, puede verse a cuatro paisanos, de bolsillos gordos, entretenidos y apostando sus miserias en un repetido final sin sueños ni bandera, ofreciendo más grandor para el foráneo que, entre conclusiones y entregas a medida, incorpora en la City su rebaño.
La cultura ilustra, a modo de corrida, su danza de San Telmo y de Palermo mudándose al oriente, traspasando el continente viejo, que observa agazapado otro despojo, dando por tierra la razón del combatiente, descobijado de patria, dónde fue vano luchar por las piernas de su bendito suelo.
Mientras la vida se encolumna en reclamos de hambre, de injusticia y acomodo, la noche se apresta a ingresar el negro desamparo, renaciendo vacua su expresión vigente.