Había nacido para volar por el espacio, con su fino cuerpo transparente, observando el mundo con sus grandes ojos de arco iris, que a veces se paseaban por su rostro redondo y perfecto, para no perderse nada del mágico entorno.
Cuando recordaba sus orígenes, añoraba su madre, a quien pudo ver brevemente en aquel límpido y ondulante seno paridor. También aparecía en su memoria la imagen de sus hermanas, a las que nunca más volviera a ver, en ese desenfrenado recorrido de sucesivas creaciones secuenciales que se hacían difíciles de retener en tiempo y forma.
Ella comprendió que su ritmo cronológico era distinto al de todos los demás seres que alcanzaba a observar, y que lo efímero conformaba el presagio de su eternidad.
El embate de los vientos le permitió reconocer su resistencia a los eventos naturales, lo que la dotó de seguridad y confianza, cualidades importantes que siempre se necesitan para llevar a cabo las grandes travesías.
Pero la espina de una hermosa rosa blanca fue el límite de su existencia, que se diluyó como por arte de magia sin que un breve sonido acompañara la completa desaparición de su cuerpo. Sólo el perlado rocío de su esencia impregnó la piel de aquel capullo indiferente que, en su postura enhiesta, sostenía tanto esplendor.
"En lo efímero está impregnada la sustancia de la esencia"