Cuando el abrazo vislumbra
dérmicos rumores atenazados
y la mirada enclava deseos,
postulados de jugos primitivos,
el tórrido fulgor embozado
hace huella en gritos y gemidos.
Cuando por debajo de la mesa
roces salivales enloquecen
succiones en dominación eréctil
sobre cencerros esgrimidos
de infinito vaivén y dureza
la contienda es vivífico fragor.
Cuando los montes cabalgan
la profundidad de Flegetón
y el estallido se vuelve voluta
inflamando desbordes en cierne,
la mansión del pelambre
ajusticia, convulsión y beso.
Cuando el estallido se aviene
sobre emblemáticos sabores
y el instante ya es instante
de todo aquello que antes fuera,
los dedos pronuncian sacramento
declinando el placer ensimismado.