El plazo embandérase expectante.
La campana llama a templo sobre arena.
Todo andar tumultuoso se aglutina
y el silencio acomete escalinatas.
Un chasquido da comienzo a la porfía.
Encendidos colores precipitan
ilusiones y ráfagas de aliento,
el murmullo se hace grito enracimado
y la mano alza enhiesta la cartilla.
Los terrones impactan retaguardias,
cuando el codo palpita ese destino
pintado en zaino, alazán, tordillo,
su final glorioso de meta irremisible.
El rojo redondel roza la bestia
y en papel numérico alardea el tino.
La voz exultante repite incesante
ese nombre de conductor heraldo.
El flash vuelve eterno aquel instante
amuchando agraciados y orgullosos,
mientras la tarde de hazaña inolvidable
peona el paso del ganador luciente.