Estoy quieto.
Parado en las miradas
de ayer y de mañana,
sujetando mentiras
y sinceras vertientes
de abandono.
Estoy en la penumbra
ovillando caricias
de propina
por despojo,
anidando vacío,
promiscuando
cada segundo
del velo.
Hallando la pendiente
de haber sido
aferro el tobogán
del olvido
anestesiándome a su puerta,
donde ingresa en esqueleto
la cuerda soledad
que en franca bienvenida
se aviene de miradas
arrancadas,
entre párpados y rimel.