Si permanentemente recordamos lo malo, es porque el presente nos niega ser felices. Si constantemente evocamos lo bueno, debemos aceptar que el ahora no nos da satisfacción. Si la acción, la creación y el denodado esfuerzo son fundamento de constancia y dignidad, la silenciosa realización es el mérito que otorga trascendencia. No interesa la dimensión que ésta alcance. Lo importante se nutre de nosotros mismos. Vivir en plenitud es apartarnos de la fatídica visión del simulacro. Siempre el podemos es más que el debemos aunque todo se devela en el hacemos.
Cuando el prejuicio sale a escena en el guiñol, hace de nuestra inseguridad un disfraz de sus miserias. El tablado vuelve sonoro cada paso y en el tránsito hacia el mutis un vetusto complejo espera. Visualizar nuestro error a tiempo, nos evitará poner a nuestro ser en tragedia.
Llenar solamente el espacio existencial de abundancia material, provocará el cercenamiento definitivo del razonamiento ético, dado que la opulencia suele ser el obitorio de la conciencia. Si ésta - sucursal del alma - se deshumana o se vacía de principios, es seguro que nuestro suntuoso cortejo adolecerá de gratitud, de honor y de grandeza.