Nuevamente la voz viajaba placenteramente por mis oídos, colmando los espacios citéreos de aquella habitación iluminada por una mixtura radiante de haces albos, rosas y celestes.
Mis breves pasos levitantes transcurrían los lugares reconocidos de ese recinto, permitiéndome observar el mismo mobiliario que escogiéramos hace años, cuando los sueños albergaban un destino en común.
Pero lo que más seguía llamándome la atención era esa cama redonda de blancos destellos y volados celestes y rosas que se continuaban enracimados hasta el techo de la pieza. Dado que el lecho estaba apoyado sobre un sólido pilar macizo, parecía suspendido en la ingravidez de un universo atempórico, por donde las palabras se diluían en pálidas corcheas, como dándole movimiento relentado a mis pies alados.
De repente, la voz impuso un confuso pedido: -¡Dirígete hacia la pequeña puerta y ábrela!
Mis manos tomaron mis rubios cabellos tratando de ofrecer resistencia ante el temido mandato.
-¿Por qué?- pregunté. Obteniendo por respuesta la misma frase antedicha por aquella voz que parecía no comprender la magnitud de mis miedos.
-¡No quiero!- refunfuñé. Pero mis pasos se negaban a recibir las órdenes impuestas por mi voluntad.
Abrí lentamente la pequeña puerta. Frente a mis ojos se encontraba parada una persona idéntica a mí, con el cabello igualmente rubio recogido por una gran trenza y un atuendo negro que tocaba las márgenes de sus pies, y que se contraponía al blancor reluciente de mis ropas.
La habitación era amarillenta y antigua, y desde mi lugar de entrada solamente podía observarse un gran ropero de diseño inglés.
Por medio de su mirada adusta me pude traspolar hacia un armario que me cobijaba en forma de muñeca y que, abruptamente, fuera sacada por las manos de ese hombre que desgarró mi vestido celeste y rosa para luego, arrojarme al camino de la vida.