Las sonrisas abundan en los medios, en los afiches proselitistas, en las propagandas de los supermercados y en los maniquíes que habitan detrás de los lumínicos escaparates. La paralítica sonrisa se muestra llana en medio de sombras humanas que la transitan y un mar de ruidos acompañan esa incesante procesión de metales sugiriendo vida.
Un enmarcado rictus se avizora cuando estalla el improperio fácil de la voz latosa o bien cuando la luz roja frena el deambular de esa ráfaga de pasos conducentes a diversos destinos que a nadie importa. De vez en cuando, una columna desordenada promete justicias desoídas y que fenecen en el escaso mendrugo diario caído del sistema.
La inclemencia azota la techumbre pobre de nuevos hambrientos y el despojo anticipa el irremediable banquete de la indiferencia, esgrimiendo su potestad congresal, escondida en los serviles recintos del poder privilegiado que desconoce fundamentos igualitarios.
El ejercicio del sofisma impera en los ámbitos impiadosos, disponiendo libremente de la carencia mayoritaria. Esa misma que será nuevamente defraudada en confabuladas mesas de negociaciones, alentando solamente un mayor beneficio para el estafador minoritario.
Democracia, libertad, equidad, federalismo, orden, justicia, mandante y mandatario, son únicamente palabras que nadie practica, promoviendo la condena embozada de cada inesperado discurso prometiendo reparadores sinónimos sin sustento ni criterio.
Si la promesa y la falacia pudieran convertirse en bienes económicos, seríamos la sociedad más próspera del continente. Si la conducta y el conocimiento se transformaran en argumentos solidarios, nos convertiríamos en paradigmas de la hermandad y del civismo. Pero el peso de la historia genera resultados gravosos, determinando idiosincrasia y fatalismo. Y lo irreversible configura novedosos planos de ubérrimos despropósitos, delegando, aún más, la cosa pública a las dueñas manos de la cossa nostra.