La multitud ansiosa espera el humífero blancor que dará testimonio del elegido. Los jerarcas del cónclave vierten opiniones, resonando el murmullo en el recinto del boato acostumbrado. Cada nimio segundo se convierte en pautada cavilación eleccionaria, para convenir que un hombre conduzca los intereses político-económicos de la mayor y más importante empresa religiosa conocida sobre la faz de la tierra. Durante la combustión que produce el negro humo, que motiva la decisión aún no tomada, el insignificante segundo pauta la muerte de cinco personas – por causas previsibles – y una persona infectada de tuberculosis. Solamente contar hasta tres, basta para que un ser perezca por hambre. Todo se sucede en el mismo mundo, dónde Dios debe hacer su ingreso por una chimenea y convertir en santo sucesor a su representante universal de carne y hueso.
El elegido saldrá al balcón y millones de personas vitorearán tal acontecimiento. Y alguien contará nuevamente hasta tres para que un niño abandone su incipiente vida, sin que a nadie importe.