Un país en donde el arrepentimiento no tiene cabida, desfallece dentro de su dédalo.
Las cúpulas militares, encargadas de hacer desaparecer treinta mil personas. Los distintos gobiernos democráticos, incapaces de reconocer sus gestiones erróneas. Los ricos dirigentes sindicales que niegan sus convenientes arreglos con el poder, en detrimento de quienes representan. Los grandes empresarios – nacionales y extranjeros - beneficiados por el Estado, derivando sus deudas a nuestro pueblo, y las ganancias al bolsillo carente de inversión o casas matrices foráneas. Los ministros de economía, encaprichados en sostener los principios de sus acciones, que provocaron el empobrecimiento y desmantelamiento de la cosa pública. Los distintos cuadros de seguridad, inmersos en el contubernio político, ocasionando innumerables víctimas, en todo sentido. La complicidad jurídica administrando favores políticos, adictos a la corruptela organizada. Los representantes legislativos enriquecidos, encajonando proyectos de leyes en beneficio de sus mandantes, y atendiendo a lobystas de abultados sobres con dinero, establecen el diagnóstico de lo que nos sucede a los argentinos.
El encaprichamiento antidemocrático sigue su curso sin retorno, descuajando la malla de contención de quienes adolecen de respuestas, propiciando reclamos que los ubiquen dentro de los merecimientos de sus derechos, hoy despojados. Y la sordera argumenta una realidad fraguada, distorsionando el discurso, cada vez más falaz y carente de mínimo criterio.
La calidad humana de quienes poseen temporalmente el destino de la patria, supera la razón del sadismo, en un hábitat distanciado de los acontecimientos, protegidos por un papel enunciando su nombre y el de aquellos, que siguen disputando la distribución de los deshechos.
Una Nación sin arrepentimiento, carece de futuro y de la posibilidad de lograr su anterior grandeza.