Tu cuello de escayola
se perdió en el siniestro lagrimal
de un siempre,
el que azota vendavales
de penumbras,
el que hambrea ventana
de un mendigo.
El agua triste enmudece
su caudal de vida
en un cordón miserable
de quietudes,
donde late el renegar
que nos desdicha
sobre vigilias muertas
de suspiros.
Y el paso acude detrás
de la alborada,
ida en su vuelta
cual calesa trastornada,
infirmando la razón
de quiescente rumazón
absolutoria,
trafagando el vacío
del yaciente
por el undívago pedestal
que aballa el cuarto.