Existimos en la sombra del amor
debajo de un mundo de ciencia
mensurable,
observando el árbol abriendo
sus raíces, propalando su verde
silencioso,
desde su inmoto crecimiento
en un alcadén, impidiendo
trascendencia,
sobre un murmujeo de ventisca
trashumante en diligencia
y perisología.
Viajamos, umbrosos de amor
alentando vibrar su consecuencia
revejuda,
sufragánea opción que razonable
se abisma en tracería de seres
albardanes,
sojuzgando el cenutrio placebo
del ardor infatuado y sugerente
de un vacío.
Morimos bajo el umbrío amor
aturdidos de huesos y madera
alófanos,
y el anélido aprecia ese convite
que espera del tiempo la condena
presagiada,
sobre el cáliz de un dilema
de hojarasca, que mueve el latir
del mismo árbol.