Sumergido en esa actitud atemporal que había heredado de los dioses, Saturno comenzó a recordar a su progenitor Urano, a su hermosa esposa Cibeles, a sus entrañables hijos Juno, Plutón, Neptuno y el arrogante Júpiter, quien fuera el que lo arrojó de la morada de los cielos. Y mientras transitaba el camino de los dolores y de los perdones, comenzó a desarrollarse, por medio de su cronométrica mente, la idea de representar al tiempo utilizando al hombre como objeto de experimento.
A los niños los dotó de futuro; a los adultos de presente y a los ancianos de pasado.
Sentado pacientemente en su mesa de laboratorio, empezó a ver los efectos de su ocurrente creación, notando que las causalidades iban contaminando los principios de lo que él creía ser una fórmula infalible.
El mundo se sostenía a través del libre albedrío de unos pocos, ejerciendo un poder devastador que ocasionaba grandes magnicidios. El hambre, la guerra, la contaminación, la desigualdad, el fanatismo y las muertes impiadosas, se encargaban de acelerar la aniquilación, desestructurando el sentido experimental de su realidad imaginaria.
Entre los niños, apenas unos pocos se mantenían con intención de futuro, encuadrados dentro de una decantación con características involutivas, que permitían evaluar, con desazón, el corto plazo del destino de la humanidad.
Por su parte, los adultos, trataban de sostener al presente por medio del desarraigo informático, mendigando o asesinando semejantes, destruyendo juramentos de sociedad y familia, amparándose en la riqueza o luchando por salir de la egestad por medio de un canibalismo perverso y de reglas cruentas y desparejas.
Los ancianos, que representaban el pasado, morían a causa del abandono familiar o estatal, enfermaban de soledad, no eran tenidos en cuenta para que aportaran su sabiduría en los futuros proyectos, y hasta reclamaban la muerte para salir de la trampa de una verdad que no alcanzaba a colmar sus mínimas ilusiones.
Viendo Saturno que el experimento creado solamente producía un gran dolor y natural desconcierto, colocando al mundo de los hombres, en una gigantesca probeta, les sustrajo el alma y el sentido de esperanza para que no trasciendan en el plano de la eternidad.