La arteria esgrime su arte creando trombo a la gorra, y hasta el cuero de vidriera sabe el idioma foráneo, distinto al que lleva puesto la víctima de nuestra tierra, blandiendo flacos bolsillos por donde pende el olvido.
Cuando la tarde recala en el llanto del 50’ y la marquesina reniega del perdido celuloide, el manto de la piedad se instaura sobre Lavalle mostrando en artesanía un aroma a purgatorio, mientras de suelas curiosas se vuelve ausente el recuerdo. El papel verde se busca como en tiempo de arbolito, musitado en ambulante o en el cartel de la oferta que viste galantemente su ilusión de escaparate. La estadística murmulla en un índice de clave el humo con qué se envuelve al quien padece de hambre, total poco pertenece al que nació en esta tierra, y en restaurante 5 estrellas come lomo el extranjero con Moët & Chandon sobre balde.
Entre el perfil de la luna y el filo de la ceguera, el vaho rancio apodera su cruce por Esmeralda. Las undívagas huellas se multiplican llegando a calle Corrientes, dónde de antaño quedaron una ración de espectáculo. Y buscando del ensueño esas joyas de Escasany, te encontrás con Mr. Mac Donald y un hamburguer por estuche. Pensás que te han deportado a la isla de Manhatan, mirando mega carteles que flotan cada edificio. Pero, no, enfrente tenés a Garay con la espada de cemento, lejano de Sancti Spíritus dónde dejara sus huesos en lanzas de guaraníes.
Desde entonces hasta ahora, todo ha ido cambiando el diseño pero nunca de objetivo. El metal precioso, el Euro, el dólar, el yen, son las herramientas que movilizan la ambición devastando equidades, memorias y nobleza. Es el paradigma del trocén que fuimos, pelechados de humildades y esperanzas. Cuando un gorrión invitaba el espire al conventillo, anunciándonos un mate cocido por alegrías.