Un día como hoy, de 1842, 36 perlas abandonaron el convite de su póstumo poema. Mientras, las luces inclinadas de su Badajoz querido, acompañaban el cortejo de un Madrid de duelo.
La rebelión moral reposa en los canteros que suelen circundar la nacarada trascendencia del uberoso suelo, permitiéndonos acercar el imán a los recuerdos, para perpetuar la palabra del sueño ajeno, que hoy nuestro fuera.
El mensajero de mi pupila se incorpora a este teclado, para transcribir el lacónico pedido de aquel atemporal lamento:
Y yo, ¡pobre de mí!, sigo tu lumbre,
también, ¡oh, gloria!, en busca de renombre.
Trepar ansiando al templo de tu cumbre,
donde mi fama al universo asombre:
Quiero que, de tu rayo a la vislumbre,
brille grabado en mármoles mi nombre
y espero que mi busto adorne un día
algún salón, café o peluquería.
En tanto ablanda, ¡oh, público severo!,
y muéstrame la cara lisonjera;
esto le pido a Dios, y algún dinero,
mientras sigo en el mundo mi carrera;
y porque fatigarte más no quiero,
caro lector, al otro canto espera,
el cual sin falta seguirá; se entiende
si éste te gusta y la edición se vende.
JOSÉ DE ESPRONCEDA