Nogales pestañas de hechizo dormido
son rauda nostalgia en verbo del vino
tarareando auroras de voces perdidas,
yaciente de vasos por bar, aturdido,
su voz que remansa trepando el olvido.
El azul propone marejada y sueño
enlazando sigmas de pechos en cierne
mientras la rutina declama misterio
del que nunca vuelve a ser su velero
en timón de arcilla, trastornando acero.
Los lúgubres pasos agitan averno,
fronteras abiertas devueltas de tiempo
promulgando bridas, sujetas contiendas
de muertes legadas sobre la tiniebla
que envuelve la noche de adiós y materia.
Los frutos son tragos, amargura cierta
albergando pasos de puertas abiertas,
sucediendo vaho, destronando elato
en sutil magnolia que niega el abrazo
de pinzas cerradas sobre los hartazgos.
Sin cambio el morrión depone blasones
pues, nadie lo habita en las sinrazones
es sólo fachada de vuelcos etéreos
que aprisiona el llanto sobre aquel misterio
del quien nunca vuelve a ser su velero.