En zumo de lágrimas el vino yace,
fermentada experiencia almacigada
que en alcohol temporal deriva
la añosa quejumbre de su estambre.
En hollejos pasados se aglutina
un fervor manantial deshecho,
madura estigma que climatiza verbo
ambulando sobre mesas porfiadas.
Seco, semiseco y dulce
adormece gargantas olvidadas,
clarete, tinto, blanco, jerezado
en óptimas copas enraizadas.
Amontillado, oloroso y fino
el vestigio destila penumbroso
la dádiva que llorando ofrece
su elixir de vida, quejumbroso.