Resulta curioso observar a aquellos que creen ejercer un mecenazgo, cuando en realidad buscan incorporar adeptos que suscriban a la supuesta excelencia que creen poseer. Son escribas de un culto a sí mismos, prodigando distintas texturas de infamia solapada, dado que por sí solos no conseguirían alcanzar un mínimo de notoriedad. Entonces, necesitan séquitos que, a modo de plebeyos, son funcionales a sus mezquinos propósitos. Estas sanguijuelas abordan distintos aspectos literarios introduciéndose en la buena fe de personas que no logran alcanzar el límite de la autoestima y que van rumiando de foro en foro tratando de conseguir un espacio visible en el mundillo de la improvisación. La codicia se convierte en una sepultura curricular que a veces logra alcanzar ciertos beneficios, aunque desprovistos de idoneidad y humildad.
Internet ofrece un vasto sendero de variadas propuestas. Concursos gratuitos o con pago de cánones sin mención de jurado; ofrecimientos de participación en antologías onerosas – mediante el engaño que conlleva la elección de un poema finalista – y la posibilidad de caer en una lucrativa imprenta editora que se encarga en elaborar un libro a costos convenidos de antemano. Entonces, nos encontramos con múltiples autores de escasa relevancia, que piensan haber logrado un plafón capaz de iluminar el sino de una nueva cultura, despojada de la raigambre que propició el caudal de su cuestionable saber. Por lo tanto, resulta evidente que, para ellos, la genialidad de los creadores de los grandes movimientos literarios, es un concepto caducado de intelecto y estilo, sin comprender que es la pastura fundamental que alimenta el aprendizaje. Si nos detuviéramos a desmenuzar los variados tropos que leemos a diario, nos horrorizaría ver la carencia y el mal empleo de: oxímoron, antonomasia, comparación, concepto, eufemismo, hipérbole, lítotes, metonimia, sinécdoque, paradoja, personificación, sinestesia, o bien analizar las figuras de dicción, tales como calambur, metátesis, paragoge, paronomasia, o figuras de repetición: anáfora, apóstrofe, clímax, anticlímax, exclamación, interrogación, onomatopeya, o figuras de construcción: anacoluto, asíndeton, polisíndeton, hipérbaton, pleonasmo, quiasmo, zeugma.
Aún así, el conocimiento de nuestro riquísimo idioma no nos da la posibilidad de ser óptimos en el arte de escribir. Es una facultad que debemos desarrollar y perfeccionar durante toda nuestra existencia sin que nos garantice el éxito ni la trascendencia definitiva.
¡Señores escritores! -calificación que obliga a abstenerme - sean más caritativos y menos soberbios. Escribir, es un reflejo de vida.