El tiranosaurio Rex desata su furia sobre la tierra que transita, usurpando la energética descomposición ancestral para su cueva. En olea mirada, blande rugiente su garra de acero, prometiendo devastación y hartazgo mutilante. Mientras, en las lejanas pampas, el bisojo mamón se nutre sigiloso de tetas infecundas, estableciendo el legal abigeato en su corte pusilánime. El marrano chilla distracciones, entregando solapado la sangre de su cría, para complacer a la bestia carnicera, que aún no ha decidido caminar otras comarcas, aunque viejos emisarios hayan traído sus huevos a futuro.
Enfocar los objetos que la imagen extrema, determina la ceguera de su centro y un devenir en ruptura de narices. Tantos ávidos hocicos se han perdido, en la pútrida razón de sus olores, que la mugre respirada en estos días, es parte emulsiva de otro dueño de rosado chiquero.
Y en testimonial juramentación porcina, se embandera un trozo de la historia, fundamentando, nuevamente, la condición reptante que augura en Bagdad su propio averno.